Por Daniel Sarasa (@dsarasa).
En un mundo de creciente importancia de lo urbano, donde nuevas ciudades nacen de la nada, otras aumentan exponencialmente de tamaño, y muchas tratan de reinventarse para continuar ofreciendo oportunidades a sus gentes, el «hacer ciudad» («city making», en inglés) es un proceso clave. Hay muchas maneras de «hacer ciudad», pero mientras hace décadas los «city makers» eran las pocas personas que se sentaban en las oficinas de planificación urbana de los ayuntamientos, hoy tenemos la posibilidad de «hacer ciudad» de manera colaborativa a través de nuevos procesos de participación y de nuevos laboratorios urbanos que se abren por todo el mundo. Si quiere conocer a los «city makers» de hoy y de mañana, déjese caer por los alrededores de una escuela o un parque, siéntese en una terraza y observe a la gente pasar, acérquese a un edificio de oficinas, o mírese en el espejo.
La apertura de nuevos cauces de participación no convencionales para aumentar el número de personas que se incorporan al proceso de diseño y construcción de las ciudades es una tendencia que empieza a despuntar. Un fenómeno que no va a hacer sino extenderse, ya que es consecuencia de una idea tan sencilla como potente: si facilitamos que más gente aporte ideas para hacer frente a los retos urbanos, obtendremos probablemente mejores soluciones.
Esta semana hemos avanzado en nuestra definición particular de lo que debe ser la construcción de una ciudad de código abierto, y lo hemos hecho en colaboración con varias comunidades de «usuarios» de Etopia. Centro de Arte y Tecnología. Ayudados por el colectivo Paisaje Transversal, realizamos varias sesiones intensivas de trabajo analizando en qué medida algunos de los principales proyectos de la ciudad se aproximaban a los rasgos del código abierto.
Junto a los miembros del equipo y a la gente del barrio, llegamos a varias conclusiones sobre las características de los proyectos «open source»:
- deben ser entendibles.
- deben ser accesibles (minimizando las barreras, ya sean físicas, económicas, tecnológicas o de conocimiento).
- deben ser reconfigurables (permitiendo la «apropiación» de espacios y su modificación por la comunidad).
- deben ser cooperativos, y aún más, su éxito debe estar ligado al éxito de la comunidad, otra manera de expresar aquello de «nadie gana a menos que todo el mundo gane».
- y como corolario, si los proyectos, espacios y ciudades cumplen estas premisas, a buen seguro fijarán riqueza en el territorio.
La consecuencia última, la fijación de riqueza en el territorio, nos permite dar una especie de «pirueta conceptual» y extender los beneficios del código abierto a la economía. En el mundo del software, el código abierto cambia el flujo de transferencia de fondos al exterior en licencias software por servicios que se contratan a empresas del entorno cercano. En el mundo de la movilidad, el uso de medios inherentemente cooperativos como transporte público o accesibles y reconfigurables como la bicicleta disminuye el flujo de envío de fondos a multinacionales petroleras. En el ámbito energético, la producción de local de energía y la implantación de sistemas «smart grid» permite generar riqueza en forma de puestos de trabajo ligados a la economía verde. En el ámbito alimenticio, el consumo de productos de la huerta del entorno optimiza los recursos logísticos y abona el territorio para la sostenibilidad de un sector agrario innovador y semi-urbano.
En los próximos meses, iniciaremos el programa de creación de un laboratorio urbano abierto que, bajo el título de «Zaragoza Open City», pondrá a trabajar a empresas, administración y ciudadanos en la identificación de retos, el diseño colaborativo de soluciones, y la capacitación y desarrollo de negocios sostenibles que respondan a dichos retos. Se complementan y potencian así los mecanismos tradicionales de participación ciudadana. Si hasta ahora la ciudadanía utilizaba estas vías para canalizar sus demandas sobre dónde situar un semáforo, una línea de autobús o un polideportivo, a partir de ahora esta misma ciudadanía podrá participar en el diseño de qué tipo de semáforo o de autobús urbano queremos en nuestras ciudades inteligentes. Pasamos de solo intervenir en el «dónde», a participar también en el «qué» y en el «cómo».
Durante la próxima primavera, y hasta fin de año, iremos poniendo en marcha estas ideas, en un primer prototipo de laboratorio urbano abierto. Pensarlas, escribirlas, compartirlas y trabajarlas en comunidad es lo que nos hace aprender, y lo que da sentido a nuestro trabajo aquí y ahora.
Daniel Sarasa es director de proyecto del Distrito de Innovación Urban Milla Lab en Zaragoza.
Este artículo se publicó originalmente en el blog Open Your City
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